Jurados... o sólo prometidos
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Javier Cuchí |
Extractos:
El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya enmienda la plana al jurado y obliga a repetir el juicio del yerno de los Tous. Un jurado valenciano exculpa a Camps pese a la diafanidad de las pruebas que se presentan en la vista. Otro jurado condenó a Dolores Vázquez por el asesinato de Rocío Wanninkhof, que se tiró 17 meses en presidio hasta que tuvo la suerte (que muy bien podría no haber tenido) de que se descubrió ―por puro rebote― quién había sido el verdadero asesino. Jacobo Piñeiro fue absuelto del delito de asesinato de dos homosexuales y condenado posteriormente a 58 años de prisión por dicho delito tras haber obligado el Tribunal Superior de Justicia de Galicia a la repetición del juicio, debido a que el veredicto inicial era un auténtico cachondeo (incluso el juez tuvo que devolver dicho veredicto al jurado por dos veces para que enmendara contradicciones).
Casos todos ellos (y más que no he encontrado o no recuerdo) que parecen indicar que esto del jurado no funciona.
El caso del yerno de los Tous, a mi modo de ver, responde a un evidente e indignante desfase entre la ley y el sentimiento social. La sociedad quiere, claramente, que se permita llevar la defensa del hogar, de la familia y de la más cercana propiedad privada de cada cual al máximo extremo, o, como mínimo, mucho más allá de lo que se permite ahora, sin meterse a mirar tan cuidadosamente en el microscopio judicial las moléculas del exceso o de la idoneidad en la legítima defensa.
Lo de Camps es aún más absurdo porque está más generalizado. El jurado, en este caso, también ha respondido a un sentir social generalizado, si hemos de hacer caso a lo reflejado en las urnas que, más allá de toda clase de clarísimas evidencias, ha votado masiva y reiteradamente a un colectivo de indisimulados corruptos.
Lo sucedido con Dolores Vázquez también está muy claro: se la cepillaron por antipática. Es tan fácil como esto: le cayó gorda al jurado. Que no fue el único: recuerdo a un alférez portavoz de la Guardia Civil, mascullando con verdadero odio en una conferencia de prensa, cómo de fría, de implacable y de calculadora era la señora Vázquez. No consta públicamente que se hayan tomado medidas disciplinarias contra el oficial en cuestión (de tan raro empleo, por cierto, en escalas profesionales). Si se suma lo execrable del asesinato a la antipatía extrema que despertaba la señora, ya se tiene una excelente explicación de lo que ocurrió, explicación que probablemente completaría un perfil de los miembros del jurado que me parece intuir un tanto primario. En todo caso, pasaron de la endeblez de las pruebas y fueron directamente a la yugular, olvidando que la antipatía (que la pobre señora, desde luego, inspira en grado sumo, las cosas como son) no implica automáticamente la cualidad de asesino ni la especial aptitud para el asesinato.
Lo de Jacobo Piñeiro es una combinación ―si acaso, aberrada― de lo del yerno de los Tous y de lo de Dolores Vázquez, sólo que al revés. Ahí, las antipáticas fueron las víctimas. En un más claro que el agua reflejo de homofobia, el jurado dio credibilidad a la alegación del asesino en el sentido de que temió ser violado por dos homosexuales y, llevado por ese temor, los cosió a puñaladas (a decenas de puñaladas). Claro: ¿cómo no iban unos homosexuales a ser unos violadores peligrosos? Todo el mundo sabe que cuando anda cerca un gay, hay que ponerse un tapón en el culo, no fuera a ser caso queee… Nada más natural, pues, que cargarse a un par de homosexuales que andan cerca en legítima defensa de la virginidad anal preventiva. Lógicamente, el Tribunal Superior de Justicia de Galicia, absolutamente horrorizado, anuló el juicio y ordenó su repetición, en la que ya recayó un veredicto más normal.
¿Pasa lo mismo en otros países? No estoy muy informado de lo que sucede en Europa, no se le da mucha difusión, pero si miramos a los Estados Unidos, parece que es una constante la invalidación de veredictos de jurado.
Me pregunto si los españoles, en términos generales, tenemos la cultura democrática suficiente como para actuar, primero, con racionalidad pura y dura y, segundo, para hacerlo contra nuestras simples apetencias, contra el individual e inflexible deber ser de cada cual. Mientras tanto, seguiremos con veredictos rocambolescos. O sea que, optimista, como siempre, lo veo claro: va a ser que no, que no hay remedio.
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El Incordio
Javier Cuchí
21 de marzo de 2012