Jurados impopulares
Eduardo Rodrígálvarez Periodista español |
Extractos:
Hay cosas de la Administración que no entenderé nunca. Deben ser las contradicciones del sistema que se decía en los tiempos de Lenin. Parece que estamos todos de acuerdo —aunque ninguno lo cumplamos— en que la automedicación es mala consejera y peor solución. Que una cosa son los remedios de la abuela y otra muy distinta la administración de antibióticos o sustancias farmacéuticas. Que eso corresponde a los médicos, que para eso han estudiado una carrera, han sido MIR, han puesto una consulta privada y han metido más horas que un comercial a comisión. Del mismo modo, a nadie en su sano juicio se le ocurriría incluir a una comisión ciudadana en el Departamento de Oncología de cualquier hospital para decidir qué tratamiento seguir con este o aquel paciente. Asambleas, las justas.
Tampoco se me ocurre pensar que la asamblea de padres de un colegio se ponga por montera la libertad de cátedra y decida el contenido del plan de estudios, o que sean ellos los que establezcan los turnos y los horarios de los profesores.
Por eso jamás he estado de acuerdo con los jurados populares, que tanto juego dieron en el cine americano y parecieron en un momento de la joven democracia española un acto de progresismo sin parangón. No, absolutamente no. Los ciudadanos no tenemos la obligación de juzgar a nuestros conciudadanos. Para eso inventamos la Administración de justicia y preparamos a los expertos que deben aplicar la ley que se aprueba en los Parlamentos, como inventamos la sanidad para que la apliquen los médicos e investigadores, o el sistema educativo para que lo ejerciten los educadores.
No. Yo no me siento capacitado para juzgar a nadie, ni aunque le hayan encontrado con las manos en la masa y se declare culpable, que cosas más raras han pasado cuando lo que parecía blanco era negro y viceversa. No, no estoy pensado en Camps, aunque lo parezca. Estoy pensando en que, si no es bueno que nos automediquemos antibióticos, no es bueno que nos autoadministremos justicia. El jurado popular no implica a los ciudadanos en la justicia, sino que los complica en la justicia y, por lo tanto, deviene la justicia en una suerte incalculable.
Bastante es que se sepa que en función de qué juez te toque puedes tener una sentencia favorable o contraria por el mismo caso como para que tu suerte dependa de unos ciudadanos que jamás se vieron en una igual y probablemente jamás se vuelvan a ver en otra. Definitivamente, no. El jurado popular es lo más antipopular que existe. ¿Cuántas sentencias de los jurados populares hubieran variado sin los jurados populares? Ya, ya sé que hay factores correctores para casos extremos. Pero yo prefiero que me juzgue un juez que no mis vecinos. Salvo que sea Calamita. O el Supremo.
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