El jurado popular
César Galiano Royo |
Extractos:
Cuando estudié Derecho, hace ya muchos años, estaba empezando a plantearse el asunto del jurado popular en España. Debo decir que al principio yo estaba de acuerdo en su implantación, pero luego, a medida que los profesores fueron explicándome las ventajas y los inconvenientes, me decanté irremediablemente en su contra. ¿Por qué? A veces creemos que sabemos mucho de algo o que estamos autorizados a emitir juicios al respecto y, sin embargo, en cuanto alguien con más conocimiento de la situación nos habla de ello, es muy posible que cambiemos de parecer.
Con el jurado popular me sucedió eso mismo. En un primer momento pensé que sí, que claro, que la justicia debía estar en las manos directas del pueblo. Pero no. El pueblo se deja arrastrar por demasiadas pasiones, por las modas, por lo que le cuentan en la tele, en los periódicos o en las revistas.
Ante un jurado popular, por ejemplo, tiene muchas más posibilidades de ser condenado un tío feo y mal vestido que uno guapo y elegante. Del mismo modo las mujeres, ante un episodio de violencia de género, tienen muchos puntos a su favor en virtud de la campaña de Zapatero al respecto; o el payo frente al gitano; o el vecino aparentemente intachable frente al que no tiene casa. Recordemos que muchas mujeres votaron a Suárez, en las primeras elecciones democráticas, “porque era el más guapo”. ¿Esas mismas personas deben tener el poder de condenar o absolver a alguien?
Puede decírseme que también los jueces están sujetos a las influencias, a las modas pasajeras o a los dolores de cabeza. Y es verdad. Todos somos humanos, pero creo que los jueces no son tan susceptibles de ser embaucados por asuntos circunstanciales como el común de los mortales. Para eso estudiaron.
¿Verdad que nadie se entromete en el trabajo de un ingeniero cuando se pone a construir un puente? No todo puede ser democrático. El vecino del quinto no debe ni puede opinar sobre el hormigón empleado para construir el aparcamiento subterráneo ni puede ni debe opinar sobre la anestesia que hay que inyectar al paciente.
De la misma manera, en mi opinión, la justicia ha de estar en manos de profesionales que no se dejen influir por los periódicos, por la tele, ni por ningún otro estímulo.
Cuando estudié Derecho, hace ya muchos años, estaba empezando a plantearse el asunto del jurado popular en España. Debo decir que al principio yo estaba de acuerdo en su implantación, pero luego, a medida que los profesores fueron explicándome las ventajas y los inconvenientes, me decanté irremediablemente en su contra. ¿Por qué? A veces creemos que sabemos mucho de algo o que estamos autorizados a emitir juicios al respecto y, sin embargo, en cuanto alguien con más conocimiento de la situación nos habla de ello, es muy posible que cambiemos de parecer.
Con el jurado popular me sucedió eso mismo. En un primer momento pensé que sí, que claro, que la justicia debía estar en las manos directas del pueblo. Pero no. El pueblo se deja arrastrar por demasiadas pasiones, por las modas, por lo que le cuentan en la tele, en los periódicos o en las revistas.
Ante un jurado popular, por ejemplo, tiene muchas más posibilidades de ser condenado un tío feo y mal vestido que uno guapo y elegante. Del mismo modo las mujeres, ante un episodio de violencia de género, tienen muchos puntos a su favor en virtud de la campaña de Zapatero al respecto; o el payo frente al gitano; o el vecino aparentemente intachable frente al que no tiene casa. Recordemos que muchas mujeres votaron a Suárez, en las primeras elecciones democráticas, “porque era el más guapo”. ¿Esas mismas personas deben tener el poder de condenar o absolver a alguien?
Puede decírseme que también los jueces están sujetos a las influencias, a las modas pasajeras o a los dolores de cabeza. Y es verdad. Todos somos humanos, pero creo que los jueces no son tan susceptibles de ser embaucados por asuntos circunstanciales como el común de los mortales. Para eso estudiaron.
¿Verdad que nadie se entromete en el trabajo de un ingeniero cuando se pone a construir un puente? No todo puede ser democrático. El vecino del quinto no debe ni puede opinar sobre el hormigón empleado para construir el aparcamiento subterráneo ni puede ni debe opinar sobre la anestesia que hay que inyectar al paciente.
De la misma manera, en mi opinión, la justicia ha de estar en manos de profesionales que no se dejen influir por los periódicos, por la tele, ni por ningún otro estímulo.
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César Galiano Royo
Blog "Los cajones secretos"
30 de octubre de 2010